viernes, 13 de diciembre de 2013

Ascenso a los infiernos (Elevator, Manolo D. Abad)



...El molesto ruido de un chisporroteo se unía a la iluminación deficiente y a otro sonido que no se correspondía al de un ascensor que había sido cambiado semanas antes. Aunque no lo recordase bien, a Nicolás le sonó algo parecido al elevador de la casa de su abuela, un viejo aparato a juego con el vetusto edificio donde vivía. Incluso la arrancada, nada más pulsar el interruptor que marcaba el piso doce, le pareció diferente...

Hablar sobre la creación de un amigo es algo realmente difícil, especialmente cuando precisamente por esa amistad te puedes ver obligado a expresar cosas que no se corresponden realmente con lo que piensas. Sin embargo, en esta ocasión, Manolo Abad (Oviedo, 1968) me lo ha puesto bastante sencillo.

Métase en una cocktelera una parte de alcohol de 40º, una parte trepidante del Scorsese de After Hours (¡Jo, qué noche!), unas cuantas reminiscencias de Hammet y Carver, unas gotas de nocturnidad onírica, agítese bien, sírvase en copa ancha y bébase de golpe.

"Elevator" (Turbulencias, 2013) es una novela corta, la primera de Manolo D. Abad aparecida tras los anteriores libros de relatos "Vasos sucios en la madrugada" (Septem, 2008) y "Viajes al fondo del precipicio" (Turbulencias, 2012). Novela corta por su extensión y estructura, y con ciertos aspectos de relato largo (demasiado para lo que se estila en los relatos y cuentos) aunque en realidad el encasillamiento formal, en este caso, es lo de menos. Lo verdaderamente interesante de "Elevator", a la que podríamos calificar de novela negra sin detectives, son otras cosas.

Ambientada en la noche de Oviedo, "Elevator" se caracteriza por un lado por su estilo directo y realista, con personajes verosímiles que son sentados frente al espejo de los momentos límite algunos, mientras otros muestran ese lado oscuro -no necesariamente malo- que todo el mundo tiene. El tempo es trepidante, encajando a la perfección con los oníricos vapores del alcohol que se destila por sus páginas, como si de una membrana osmótica entre sueño y realidad se tratara.

Una vez que se entra en la historia, uno siente la necesidad y obligación de continuar, y ésta, con su ritmo frenético, se lee en un santiamén. Incluso se echa de menos poder saber más cosas, aunque mantener esa intensidad en una novela de mayor extensión, resultaría sin duda agotador psicológicamente, no ya para el lector, sino también para el propio autor en el proceso creativo. 

Ese estilo directo, así como el intenso ritmo y la extensión no evitan que "Elevator" pueda considerarse una novela "cebolla" y no porque ello tenga relación alguna con los lagrimales, sino porque pese a que no se pierde en muchos detalles ni se anda con rodeos, tras la capa exterior se esconden otras a modo de reflexiones paralelas y posteriores, en este caso sobre los verdaderos leit motiv de la novela: el sentido de la vida, las reacciones ante situaciones extremas, y sobre la muerte y los miedos, y cómo los afronta cada uno.

En resumen, lectura muy recomendable la de "Elevator"







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